martes, 29 de mayo de 2012

Últimas historias de represión en el microcircuito de La Plata

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Emir Camiletti
El lunes 28 de Mayo, en una nueva audiencia del juicio al Circuito Camps, se confirmó la muerte del represor Alejandro Arias Duval. Además se relataron más secuestros, torturas, violaciones y niños apropiados; historias repletas de amor, tristeza y ansias de justicia. Comienza hoy a reconstruirse los hechos en Puesto Vasco y COTI Martinez.

En el inicio de la audiencia del lunes 28 de Mayo del 2012, pasadas las doce y media del mediodía, el presidente del Tribunal Carlos Rozanzky dio lugar a las partes para brindar informes o pedidos. Allí desde el sector de los abogados defensores, se confirmó el deceso de Alejandro Agustín Arias Duval, uno de los 25 acusados.
Esta audiencia del lunes fue la última que relató el microcircuito que funcionaba en tres centros clandestinos de La Plata: Brigada de Investigaciones ( o “Robos y Hurtos), Pozo de Arana y Comisaría Quinta. A partir del martes comienza a reconstruirse las privaciones ilegítimas de la libertad y las torturas en el Puesto Vasco (Don Bosco, Quilmes) y del Comando de Operaciones Tácticas N° 1 (San Isidro).

La última vez que vió a su compañera fue dentro de una celda con su hija de un mes
Luego fue llamado al estrado el primer testimonio del día. Ricardo Victorino Molina contó que fue detenido el 14 de Abril del 77 en la Ciudad de La Plata y llevado al centro clandestino de detención conocido como “La Cacha”. “Estuve 60 días secuestrado”, resumió Molina para pasar a contar su cautiverio.

El hombre contó que previo a ser secuestrado trabajaba en Kaiser Aluminio “lo que ahora es Aluar”. Fue delegado de la fábrica y miembro de la Comisión Interna. Militaba en la agrupación “Felipe Vallese” que pertenecía a la Juventud Peronista.
Sin entrar todavía en detalle, adelantó directamente que de La Cacha fue trasladado a la Comisaría Octava de La Plata, donde fue puesto como “detenido legal”, es decir que comenzó a estar a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, por eso mismo fue llevado luego a la Comisaría Novena, donde llevaban a todos los detenidos en esta condición. “Luego estuve afuera con un año de libertad vigilada, hasta que tuve que exiliarme”.

Durante sus primeros días de cautiverio Molina fue llevado “de visita” a la dependencia de “Robos y Hurtos”, más conocido como la Brigada de investigaciones. “Sólo fui llevado a reconocer a mi hijita”, contó y explicó que durante esas semanas su esposa Liliana Galarza, que también estaba secuestrada, había tenido el parto en otra dependencia policial. La mujer había sido detenida el 20 de Noviembre del 76 en la intersección de las calles 44 y 30. “Liliana está desaparecida”, sentenció, para no dejar un mínimo de misterio en su historia poco feliz. “A quien lideró el operativo en el que me secuestraron lo llamaban ´El Francés´, y él me dijo que a mi compañera la habían asesinado”, recordó.
En dicha visita Molina pudo reencontrarse durante algunos minutos con su pareja. “Estuvimos durante un rato solos dentro de un calabozo con la puerta abierta, y afuera aguardaban algunos uniformados”, Liliana estaba con su hija, María Mercedes Molina de aproximadamente un mes y medio de vida.

Conversaron durante un rato, y Ricardo describió a su compañera: “Liliana estaba muy delgada, pálida y nerviosa, emocionada por habernos cruzado aunque sea durante un tiempito”, María Mercedes había nacido el 3 de Abril, “me dijo que tuvo muchas dificultades en el parto… a posteriori se supo que el parto fue en la cárcel de mujeres de Olmos”. Algunos meses después fue entregada a los abuelos. Muchos años después, en el 2006, durante el juicio al cura Von Wernich “se corroboró que (Liliana Galarza) fue asesinada”, relató Molina.  Tenía 24 años y estudiaba arquitectura.

Historia de una familia de católicos agrícolas
“Quisiera relatar la historia de toda mi familia” comenzó diciendo Jorge Manuel Sartor cuando la querella le preguntó sobre la represión de la dictadura. Relató que eran 10 hermanos y que todos participaban de “cuestiones sociales”. Algunos relacionados a la religión y otros que estaban junto a los movimientos campesinos, “mi padre era miembro de las cooperativas agrícolas y nos había educado con esa solidaridad”, relató. En 1976 comenzaron las persecuciones. Primero hubo un allanamiento  a fines del 76 en la casa de sus padres, en la localidad de Avellaneda, provincia de Santa Fe. Ya en Febrero del año siguiente fue detenido en Reconquista Eduardo Luis Sartor, uno de los hermanos. “Ahí tuve que irme de Goya, donde trabajaba en las Ligas Agrarias.

Quien peor sufrió las consecuencias de la represión fue uno de los hermanos mayores, Héctor José, de 30 años. Era un militante campesino y católico, que trabajaba de camionero, haciendo mudanzas por todo el país, “era guitarrero, organizaba a los chicos y al barrio, era alegre, comprometido con lo que decía”. Luego de verse perseguido en Córdoba, decidió marcharse a Buenos Aires a la casa de una de sus hermanas, pero allí fue secuestrado. “Nunca supimos qué pasó con él”, relataba Jorge con mucha tristeza, y concluyó con un dato: “hubo un testimonio que dijo que en Comisaría Quinta hubo un tal Sartor o Sartori, y él militaba por estos lugares, así que puede ser”.

Dos hermanas secuestradas y torturadas
Luego llegó el relato de Graciela Maffeo que contó cuando fue secuestrada junto a su hermana Analía; posteriormente fue Analía quien dio su propio testimonio sobre el cautiverio. El 6 de Junio del 77 Graciela tenía 19 años y vivía con sus padres en 45 entre 12 y 13; había elegido la misma carrera que su hermana mayor, la arquitectura, y además era bailarina clásica. “No había tenido ningún tipo de militancia política”, aclaró. Por otro lado, Analía tenía 24 años y era la mayor de las hermanas Maffeo, estaba entrando en la etapa final de la carrera de Arquitectura y trabajaba desde 1972 en el Ministerio de economía, durante los primeros años de ese trabajo había comenzado a realizar un trabajo sindical en el gremio “La Bancaria” y en la Juventud Peronista, pero para 1976 ya había abandonado la militancia “porque veía que la situación en el país estaba muy complicada, y tenía compañeros que habían sido asesinados por la Triple A y hasta por el C.N.U”.

Aquel día de otoño platense un grupo de tareas ingresó a la casa de la familia, “tenían armas grandes, y eran 4 o 5 personas, que me preguntaban por mi hermana”, comenzó a relatar Graciela. “Nunca evalué la posibilidad de no darles la dirección”, dijo para explicar la sorpresa del momento y la inocencia de una joven que no estaba involucrada en lo que estaba sucediendo en el país.  Allí dos de las personas se quedaron con ella y el resto fue hasta el departamento de su hermana en 46 entre 8 y 9. Analía cuenta entonces que estaba en su morada y de pronto ingresó “un hombre de pelo canoso, petiso y mediano de gordura”, la detuvieron y en un auto la llevaron a la puerta de la casa de sus padres. Dijo que tenía mucho miedo, pero “ahí se me agregó la culpa, porque vi a mi hermana, que no tenía nada que ver en todo esto”. En su momento, la más joven Maffeo relató que vio la cara que puso Analía al verla: “tenía cara de ´y por qué a vos´”.

Las hermanas fueron tabicadas y llevadas a la Brigada de Investigaciones. Estuvieron algunas horas ahí y fueron trasladadas a “un lugar donde no se escucha ruido de ciudad, pero sí cada tanto un tren, y escuchaba los gritos de la gente torturada”, dijo Graciela, hasta que se dio cuenta que los gritos que escuchaba eran de su hermana que estaba siendo ya torturada: “estuvieron como dos horas, yo escuchaba cómo la ahogaban, escuché todo, y después entraron a mi celda y me dijeron ´ahora te toca a vos´”.

Recién llegada a Arana, Analía (la hermana que había participado del gremio) fue llevada a la sala donde la desnudaron, la acostaron en el elástico de la cama y le aplicaron la picana eléctrica, “me preguntaban por ´el portugués´, mi ex novio, pero yo les decía que él se había ido del país”, contó Analía, y detalló que: “llegué a estar al borde de la muerte, no solo por la picana eléctrica, me ponían una almohada en la cabeza y me la sacaban cuando ya me estaba asfixiando”. También le quemaron el pie izquierdo con cigarrillos. Tiempo después la llevarían nuevamente a la sala, pero la tortura no iba a ser tan cruel como esta.
Por otro lado, cuando Graciela, la bailarina, fue llevada por primera vez a Arana, contó que le ataron un solo brazo a la cama elástica, “se me subían y me pisaban con los borceguíes en la panza… yo contesté todo lo que me preguntaron, pero parece que mi hermana les había dicho lo necesario porque me dejaron”.  Aquí Graciela comenzó a hacer pausas en su relato ante el Tribunal, las partes y el público; tomó agua, pensó y siguió: “con mis 19 años, estar desnuda, rodeada de hombres, y todo eso, no fue fácil”.

Después, encerrada en un calabozo de Arana, los victimarios abrían la puerta con un fuerte golpe cada media hora y allí estaba ella: “vendada, con las manos atadas y muerta de frío”. A veces ingresaban y “había manos que se iban, que tocaban más de lo que correspondía”. Al día siguiente la trasladaron nuevamente a BILP, y a dos cuadras de su casa, la liberaron. “Mis padres al escucharme llegar salieron pensando que nos habían liberado a las dos”, contó y agregó que por consejo de su padre, “no le conté a mamá que nos habían torturado”. Para finalizar su relato, Graciela, la más joven, quien nunca militó, concluyó contando cómo siguió su vida: “Durante muchos años no podía estar a oscuras, además tenía ataques de pánico”, también abandonó la carrera, “no volví más”, dijo.
Por su parte, luego de ser ferozmente torturada en Arana, Amalia fue trasladada nuevamente a BILP por algunos días, y luego a la Comisaría Quinta. Allí relató que estuvo con Blanca Rossini, con Georgina Martinez y con Lidia Fernández. Un día un hombre les dijo que se saquen la venda, y luego de que se negaran, finalmente lo hicieron y quien había ido a hablarles era el cura Christian Von Wernich, quien ante la pregunta de una de ellas de si las iban a matar, dijo: ´quién sabe? Hoy estamos, mañana no´.

Durante otro día de cautiverio en dicha Comisaría, dejaron pasar a dos detenidos que pudieron hablar con ellas y pasarles direcciones adonde ir a avisar a sus familias, si eran liberadas; se trataba de los militantes del PCML  Horacio De la Cuadra y Héctor Baratti. “Otra vez los traen pero “El Tío” (uno de los victimarios calificado como “el bueno”) se queda en el calabozo, pero ellos estaban vendados y nosotros no, así que nos hablaban de todo y nosotras no le contestábamos”, relató Amalia para graficar otra de las metodologías de la represión, “luego los sacaron y los reventaron, se escuchaban los quejidos”.
Finalmente fue trasladada de nuevo a la BILP y liberada luego de 34 días de cautiverio. Al ser preguntada por la “actitud de la dirigencia sindical de ´La Bancaria´ respecto a su detención”, dijo: “nada, no pasó nada”. Y relató que encontró posteriormente un documento del Banco Provincia que “pedía información si en la casa (de las hermanas) había actitudes subversivas”, esto, según Analía, “refleja la complicidad cívico militar”.

Una médica relató los constantes traslados, las torturas y una violación
Georgina Martínez se sentó en el estrado de frente al Tribunal, y luego de acomodar el micrófono comenzó a relatar que antes de que su vida cambie “yo era estudiante del sexto año de medicina y tenía 24 años…militaba en el Partido Comunista Revolucionario y participaba del Centro de Estudiantes de la Facultad”.

Las persecuciones familiares comenzaron el 27 de Junio del 77 cuando su hermano y la esposa fueron detenidos y secuestrados en Tandil. Una semana después, en La Plata, fue “chupado” su cuñado, Jorge Luis Andreani, quien estaba en la puerta del Policlínico, a minutos de rendir su último examen y recibirse de médico.

Fue dos días después, el 7 de Julio, alrededor de las cuatro de la mañana: “yo sabía que algo iba a pasar, y decidí quedarme en mi casa”, explicó. “De pronto escuché los autos, el cierre de sus puertas de manera muy violenta, entraron a mi casa donde estaban mis padres y mi hermano Gabriel, y subieron al primer piso donde estaba yo”. Personal de civil y de fajina la agarraron y, tras el fundamento de “averiguación de antecedentes” la llevaron en un auto a la Brigada de Investigaciones (o también conocido como “Robos y Hurtos”).
En ese lugar pasó la noche y al día siguiente fue trasladada a Arana, “me metieron en una celda muy chiquita de 2 x 3 metros, con una cama de cemento sin colchón y una ventana chica; en ese lugar no había ruidos de ciudad, pero cada tanto se escuchaba el tren, y todas las noches los gritos de los torturados”, detalló Georgina de todo lo que captaron sus sentidos. Pasó alrededor de dos días en “El campito”. Una de esas noches fue desnudada, atada en el elástico y maniatada, sufrió la tortura de la picana eléctrica: “yo solamente nombraba a mis compañeros que ya estaban detenidos: Andreani, Rodolfo Malbrán… estuvieron un rato largo”.

Fue trasladada luego nuevamente hacia BILP durante algunas horas, “luego nos subieron a todos a un celular y vi que pasamos la rotonda de Florencio Varela, y llegamos a un edificio grande, con escaleras metálicas que hacían mucho ruido”, recordó sobre lo que luego creyó que era el Pozo de Quilmes. Estuvo sólo durante una noche y luego fue llevada a la Comisaría Quinta de La Plata.
“Todas las noches, en la Quinta,  nos hacían desnudar, nos ponían contra la pared, nos pasaban armas por la vagina, las piernas, elegían una…hoy me acuerdo que, un día, eligieron a una, se la llevaron y la violaron”, relató y superó el momento más tenso de su relato. Estuvo alrededor de 20 días en ese destacamento policial aún vigente, hasta que el 8 de agosto fue llevada durante algunas horas nuevamente a BILP y de allí liberada.

 La historia de Rubén Fossati e Inés Ortega
Emir Camiletti fue llamado al estrado y preguntado acerca de qué relación tenía con la pareja de desaparecidos Rubén Fossati e Inés Ortega. “A Inés la conozco de niña, tenía tres años menos que yo y era la nieta del bicicletero de mi barrio, en Plaza Castelli”, comenzó ordenadamente Emir. En cambio a Rubén lo conoció años después, “compartimos hermosos momentos en el bachillerato”, relató y explicó que ambos iban a distintos cursos del Colegio Nacional, y mientras uno practicaba rugby en Los Tilos, el otro lo hacía en La Plata.

Algunos años después ambos amigos comenzaron a militar políticamente. Emir lo hizo en la JP,  “en unidades básicas en la zona detrás del cementerio, barrio de Los Hornos”, y Fossati en la Unión de Estudiantes Secundarios.
En el año 75 Fossati debió ingresar al Servicio Militar. Ya en Abril de ese año un operativo de más de 200 efectivos intentó secuestrar a Camiletti en su casa, pero este no estaba allí.  “Allanaron varias casas de la cuadra, y detuvieron a algunos vecinos; mi padre tenía una ferretería de barrio y metieron una camioneta allí y se llevaron todo”, relató, para luego explicar que en ese momento decidió pasar a la clandestinidad. Por su parte, Rubén Fossati se enteró de que también lo estaban buscando y “decidió desertar e irse de la ciudad”.

Algunos años antes, Susana Ortega, hermana gemela de Inés, comenzó una relación con Camiletti: “fuimos novios, y luego ella fue la madre de mis dos hijos”, resumió y agregó el detalle, “nosotros hicimos conocer a Inés y Rubén”… sonrió.
Meses después ambas parejas habían dejado de verse por la intensa persecución represiva, mientras Fossati e Inés vivían en Quilmes, Camiletti y Susana estaban radicando “para el lado de Temperley”.

“Un hecho que todavía no acabo de comprender…”comenzó luego de una pausa, para marcar el antes y el después de lo que sucedió aquel día. “Venía en un autobús desde Capital y de pronto subió Inés, venía hermosa, con una barriga de 7 meses”, se abrazaron y charlaron durante diez minutos, Camiletti le reprochó que se estaban exponiendo demasiado.

Minutos después del encuentro Emir fue hacia Quilmes Oeste a una “cita de control” (reuniones que se realizaban entre compañeros para analizar la situación represiva); “estábamos en un bar comiendo pizza, frente a una ventana que daba a una avenida; de pronto una compañera dice ´¡Ahí vienen Inés y Rubén!´ y de pronto estos comenzaron a correr”, relató Camiletti cual película de superacción. “A Inés la traían agarrada de la cabeza, dos criminales de civil; mientras que Rubén pasó corriendo y lo vimos por la otra ventana de enfrente… de pronto él se paró… estoy seguro que se paró porque Inés ya no venía detrás de él”, dijo ya con una voz apagada. Finalmente a Fossati lo capturaron, los pusieron a ambos en un auto y se los llevaron. Inés tenía 17 años, al igual que Susana; Rubén (Y Emir) tenían 20.

“Esa fue una de las noches más duras”, comenzó así a relatar el después de la peor secuencia de su vida. Su esposa Susana, hermana de Inés, no tardó 24 horas en caer en una profunda depresión, “habían tenido una infancia complicada y cada una de ellas era el punto de apoyo de la otra”, explicó. “Una depresión que marcó su vida, la de mis dos hijos y, obviamente, la mía… nunca más volví a ver a Susana cómo la veía en mis años de noviazgo”.
Al año siguiente nació su primer hija y decidieron ir a vivir al exilio, “la situación no mejoró, sustancialmente; la dificultad de vivir clandestino, de ser autosuficiente, lidiar con todos los intentos de suicidio de Susana, cuidar de la bebé…”.
Algunos testimonios que llegaron a la casa de sus padres contaron que Inés y Rubén estaban detenidos en la Comisaría Quinta, que Inés había tenido a un hijo varón, “que lo tuvo sólo un rato y se lo quitaron y no se lo devolvieron más”.
La desaparición de Rubén Fossati también marcó a su familia, “su padre murió ahímismo, a su mamá le agarró un ACV, y su hermana cayó en una depresión profunda”, reconstruyó Camiletti.

Hoy, a los 56 años, la vida de Emir continúa y tuvo noticias que han logrado aplacar un poco la tristeza. “28 años después del secuestro de ellos tuve una inmensa noticia, viviendo en Venezuela apareció un nieto, hijo de ellos”, relató para contar sobre Leonardo Fossatti Ortega.
“Hoy tengo una inmensa alegría de tenerlo en la familia, para mí es estar con Rubén porque es idéntico, y es como que hablo con Inés, porque tiene su misma parsimonia, su tranquilidad; además disfruto de él como individuo único e irrepetible”, intentó Emir explicar la sensación.

Finalmente dejó una reflexión y una propuesta: “creo que los centros clandestinos de detención deben ser lugares de memoria; que la comisaría quinta deje de ser un lugar que represente la seguridad del estado, y que sea un centro de memoria, porque allí se torturó gente, se robaron niños”, concluyó.

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