martes, 27 de marzo de 2012

"Mi mamá me dio a luz en un auto, atada y con ojos vendados"

Teresa Laborde, hija de la ex detenida Adriana Calvo, reconstruyó en el juicio por el Circuito Camps su nacimiento en cautiverio. También declaró la antropóloga Adriana Archenti. Un testigo señaló a un imputado.

Cuatro testigos declararon en una nueva audiencia del juicio por el Circuito Camps que se realiza en La Plata, entre ellos la hija de la ex detenida Adriana Calvo, quien nació en cautiverio y contó que aún padece las consecuencias de esa traumática llegada al mundo. También hablaron ante los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata los familiares de desaparecidos Mónica Huchanski y Néstor Eduardo Asteinza, quien señaló a un imputado. La antropóloga y docente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) Adriana Archenti contó su detención en uno de los centros de tortura y exterminio de la ciudad.

“Mi mamá estaba embarazada de mi de unos seis meses aproximadamente cuando entraron a nuestro domicilio en La Plata con varias personas, según declara ella, y se la llevaron (…) fue secuestrada conmigo en su vientre, esto fue el 4 de febrero de 1977 y estuvimos hasta el 28 de abril. Yo nací en un traslado”, comenzó su relato ante el tribunal la testigo Teresa Laborde Calvo, hija de la militante de derechos humanos y sobreviviente de la dictadura Adriana Calvo, fallecida el 10 de diciembre de 2010.

La joven, de 34 años, contó a los jueces Carlos Rozanski, Mario Portela y Roberto Falcone las circunstancias de su nacimiento en cautiverio: “Yo nací en un traslado el 15 de abril de 1977. En un auto mi mamá me dio a luz con las manos atadas atrás, con los ojos vendados. Por lo que ella me pudo contar, yo quedé tirada en la parte de atrás en el asiento, ella no me podía agarrar y estuve todo el tiempo hasta el Pozo de Banfield, tirada, desnuda, recién nacida en el piso del auto colgando del cordón”.

Adriana Calvo fue secuestrada en su casa de Tolosa y tras pasar por la Brigada de Investigaciones de La Plata y el destacamento de Arana fue alojada en la comisaría Quinta, desde donde fue retirada hacia el pozo de Banfield cuando comenzó con el trabajo de parto. En ese traslado nació la testigo.

En la audiencia la mujer contó que además de los padecimientos psicológicos causados por su nacimiento y sus primeros días de vida en cautiverio en Banfield y la estigmatización posterior (“En la escuela era ‘Teresa la que nació presa’”, recordó con pesar) tuvo secuelas físicas que le impidieron continuar con su actividad vinculada al teatro y el circo y la obligaron a dedicarse a una ocupación ligada a lo teórico.

“Tengo secuelas físicas y no sólo emocionales como las pesadillas o la angustia”, recordó. Y concluyó: “Desde chiquita tenía un fuerte dolor en la espalda que con el tiempo se hizo más fuerte. Y en un momento me hice ver, porque me desmayé. Me revisaron la espalda y los médicos me preguntaron: ‘¿vos tuviste un nacimiento traumático?’ Y me diagnosticaron una escoliosis múltiple, que puede ser por el miedo que se sintió y que yo evidentemente percibí y por haber estado recién nacida tirada en el piso de un auto recién nacida”.

La Brigada. La sobreviviente Adriana Archenti juró decir la verdad “por los desaparecidos, por la persistencia de la memoria y por la dignidad humana”, antes de declarar ante los jueces. La mujer comenzó su relato explicando quién era ella antes de ser cosificada por la dictadura, y resaltó que estudió antropología en La Plata, que se recibió en el año 1974 y que había participado, orgánica e inorgánicamente, “de los acontecimientos políticos fundamentales de los primeros setenta como Ezeiza o la subida de Cámpora al poder, fui integrante de la JP”.

Según relató, el mismo año en que se recibió comenzó a dar clases en la UNLP, pero tras la muerte de Rodolfo Achem y Carlos Miguel y la posterior intervención de la universidad a finales de ese año, no pudo continuar con su carrera docente. Después del golpe perdió también su otro trabajo en la biblioteca de la legislatura.

Archenti explicó que cuando fue secuestrada en febrero de 1977 estaba viviendo con sus padres en José A. Guisasola (localidad El Perdido), en el partido de Coronel Dorrego, y que hasta allí fue a buscarla una comisión que dijo ser de Coordinación Federal de la Policía Federal Argentina.

La testigo contó que fue trasladada a Bahía Blanca donde estuvo cinco días: “Sé que fueron cinco días. Yo estuve tabicada y esposada atrás todo el tiempo, pero una de las esposas estaba floja, entonces por la noche sacaba una mano y hacía una marca en la pared (con su mano hace el gesto de una raya corta y vertical). Eso era parte de la cultura cinematográfica que yo tenía”.

Por esos días de cautiverio declaró recientemente en el proceso que se realiza en Bahía Blanca por crímenes de lesa humanidad cometidos en el V cuerpo del Ejército.

Luego fue trasladada a la Brigada de Investigaciones de La Plata, donde permaneció tres meses. “Yo estuve tres meses (…) Todo el tiempo estuve tabicada (es decir, con los ojos vendados) pero percibía que era un lugar de intenso movimiento: entraba y salía gente todo el tiempo, en forma individual o grupal”, relató.

En ese lugar fue torturada y compartió cautiverio, al menos, con unas veinte personas a las que pudo enumerar durante su testimonio. En su relato recordó, entre otros, a Marta Veiga, quien supone que estaba embarazada y estaba detenida con su esposo Roberto Suárez; a una chica que apodaban “Eureka” y que estimó que podría ser Susana González. También recordó haber compartido cautiverio con una “chica flaca y morocha de rulos” de quien nunca supo el nombre, con Mabel Conde, con una mujer llamada Virginia, que dijo que podría ser de apellido Tempone, con Anahí, la esposa de Mario Mercader quien estaba también allí.

También recordó haber compartido cautiverio con Alicia Minni y Angélica Campi, quienes junto con ellas son las únicas dos mujeres de las que supo que salieron de allí con vida.

La antropóloga recordó la presencia de un sacerdote en ese lugar y sembró sus sospechas sobre el condenado Christian Von Wernich, de quien se probó en 2007 que visitaba ese centro clandestino de detención.

“Venía alguien a quien llamaban El Cura. Tengo la sensación de que hablaban de él con respeto y temor. No hablé con él pero lo escuché hablar mesianicamente sobre la salvación, siempre ligada a la colaboración”, recordó.

También recordó la visita del coronel Ramón Camps a la Brigada, quien hizo una inspección, para lo que bañaron y esposaron a los detenidos en el lugar.

Por Pablo Roesler - pabloroesler@gmail.com

Un testimonio en video para no revictimizar a la testigo

La declaración de la sobreviviente Hebelia Sanz fue incorporada en la audiencia por la proyección de un video de sus dichos en el debate que en 2006 condenó a Miguel Etchecolatz. No declaró luego de que peritos informaran al tribunal que la reiteración de sus dichos le generaba un cuadro de angustia.

Las primeras palabras de la testigo fueron significativas. “Todo lo que voy a decir ya lo dije. Esta es la tercera vez”, comenzó la sobreviviente de la dictadura Hebelia Sanz su declaración en el juicio que condenó por genocidio a Miguel Etchecolatz. El registro de esa declaración de 2006 fue proyectado en una nueva audiencia del juicio por el Circuito Camps como una variante de la incorporación de testimonios por lectura, para evitar la revictimización de la testigo. 

La audiencia comenzó a las 10 en la ex Amia, ubicada en 4, entre 51 y 53, donde el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 de La Plata juzga a 25 imputados por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra 208 víctimas en seis centros clandestinos de detención que funcionaron bajo el mando de la Policía Bonaerense. Previo a la proyección del video, que estuvo a cargo de la Comisión por la Memoria, el secretario del tribunal, Eduardo Rezses, leyó la declaración que Sanz realizó en el marco de la causa 44.

La incorporación por video fue decidida luego de que el Comité para la Defensa de la Salud, la Ética y los Derechos Humanos (CODESEDH) y el Centro de Protección de la Víctima (CPV) provincial, presentaran un pedido al tribunal solicitando la medida para la testigo y su esposo, quienes “pidieron ser eximidos de presentarnos a declarar debido a que ello les conlleva un estado de angustia”, señalaron en la solicitud que fue leída la semana pasada en la sala.

Video. En su declaración, Sans -que al momento de los hechos era estudiante de medicina- relató que fue detenida el 1° de diciembre de 1976 y que fue llevada al destacamento de Arana donde fue torturada.

“Estuvimos ahí alrededor de 15 días. Durante ese tiempo la tortura fue permanente (…) se escuchaban los gritos. Y la música era enloquecedora. La aumentaban el volumen para torturar a la gente”, contó la testigo.

En ese lugar, mencionó las torturas a “una nena chiquita”, que estimó de 12 años. Recordó que el torturador se negaba a torturarla y que una voz le ordenaba: “hacelo o te lo hago yo a vos”. La niña era Mónica Santucho, que en realidad tenía 14 años y se encuentra desaparecida. Con esa nena y otras personas, la testigo fue trasladada a la comisaría Quinta.

“Estuve cinco o seis días”, continuó la declaración. Y agregó: “La gente que estaba ahí estaba muy torturada. Todos venían de ese otro lugar. Estuve muy poco en la Quinta, y cuando me fui ya no cabíamos más personas”.

Sobre las condiciones de detención en la seccional de diagonal 74, entre 23 y 24, la testigo dijo que “la comida eran las sobras de la comida de los perros. Eso lo veíamos por las rejas: le daban de comer a los perros y después traían esa olla con los platos”.

La testigo permaneció en ese lugar hasta el 20 de diciembre, cuando fue trasladada a la comisaría Octava. Allí le quitaron las vendas de los ojos y le desataron las manos por primera vez desde su detención. Estuvo detenida allí hasta su legalización como detenida en abril de 1977. Pero su encierro continuó durante un año y cinco meses más en la cárcel de Devoto, hasta su liberación en septiembre de 1978.

Por Pablo Roesler - pabloroesler@gmail.com

Testigo señaló a un imputado

Contó que el ex policía acusado Luis Patrault tuvo contacto con la esposa de su sobrino mientras se encontraba secuestrada-desaparecida.

El testigo Néstor Eduardo Asteinza declaró en el juicio por el Circuito Camps I
Por Pablo Roesler
pabloroesler@gmail.com

Entre los testigos que hablaron en la audiencia del juicio por el Circuito Camps, Néstor Eduardo Asteinza, tío de Eduardo Cassataro Asteinza, secuestrado junto a su esposa Elba Arteta, señaló al ex policía imputado Luis Patrault: dijo que tenía contacto con los detenidos en la comisaría Quinta y que le acercó una nota al padre de la esposa de su sobrino.

El testigo contó que el matrimonio fue secuestrado “el martes de carnaval del año 77”, y que inmediatamente comenzaron la búsqueda. La familia supo que las víctimas fueron llevadas al destacamento de Arana y que –por el testimonio de Adriana Calvo- Arteta luego fue llevada a la comisaría Quinta, donde le perdieron el rastro. De su sobrino nunca más supieron nada.

Asteinza contó que ambas familias comenzaron una búsqueda desesperada. Recordó que un “suboficial de la policía conocido de Arteta pasó por su domicilio (…) y le acercó un papel, un pedazo de hoja de cuaderno con tres líneas de su hija que decía: ‘tengo frío. Manden un pullover y chocolate. Elba’”, relató.

“La persona que lo alcanzó –siguió el testigo– es alguien a quien después conocimos: Patrault”. El testigo contó que poco después de que entregara ese mensaje, con el padre de Eduardo Cassataro y el padre de Elba Arteta fueron a la casa del ex policía imputado en esta causa, Luis Patrault, ubicada en Arana, para llevarle los requerimientos de la mujer. Sin embargo, el policía les dijo que la mujer ya no estaba en la comisaría Quinta y que no sabía dónde la habían llevado.

El testigo también recordó a un contador quien extorsionó con 10.000 dólares al padre de su sobrino para brindarle información, y a un policía de apellido Luna que había sido echado de la fuerza pero que lo contrataban para integrar las patotas para secuestrar gente, quien dijo que había visto a Eduardo en el destacamento militar de Magdalena.

Según recordó Asteinza, en el encuentro con el ex policía Luna, el hombre había dicho que tenía que viajar a Olavarría para llevar a su hijo a una carrera y que agregó: “Y me encargaron traer a uno”. “Eso coincidió con la desaparición del abogado (Carlos Alberto) Moreno, que después lo asesinaron cuando quiso escapar”, recordó el testigo el episodio por el que recientemente fueron condenados tres militares y dos civiles en Tandil.

En la misma audiencia también declaró Mónica Huchansky, quien fue la primera testigo en hablar y recordó el secuestro y desaparición de su hermana Patricia y su cuñado Carlos Simons el 7 de febrero de 1977.

Las audiencias del juicio retomarán el 9 de abril a las 13 en el ex teatro de la Amia, ubicada en 4 entre 51 y 53, donde el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 investiga las responsabilidades de 25 imputados por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra 280 víctimas en seis centros clandestinos de detención que funcionaron bajo el mando de la Policía Bonaerense en la dictadura.

El debate es público y cualquier persona mayor de 18 años puede asistir presentando su DNI.

lunes, 26 de marzo de 2012

Escracharon al Juez Corazza por dilatar juicios de lesa humanidad

Organismos de Derechos Humanos se concentraron en la puerta del juzgado federal nº 3 para pedir celeridad en las causas del pozo de Banfield y de Quilmes, que se encuentran “freezadas” desde hace dos años.

“No tengo personal”. “Estoy con otra causa”. “Me van a infartar”. “No soy Superman”. Esos y otros argumentos interpelaron hoy a los que caminaban por 8 y 50, escritos en cartulinas blancas pegadas en las rejas del juzgado federal nº 3 a cargo del juez Arnaldo Corazza. Es que, según indicaron organizaciones de derechos humanos, aquellas frases salieron de la boca del propio juez, al intentar excusarse por el retraso en las causas que investiga por crímenes de lesa humanidad en el pozo de Banfield y el de Quilmes. “Hay una etapa de los últimos dos años donde la actividad del juzgado respecto de varias causas, pero fundamentalmente de dos centros clandestinos de detención más grandes del circuito Camps, que fueron el pozo de Banfield y el pozo de Quilmes, están prácticamente paralizadas”, indicó la abogada de Justicia YA!, Guadalupe Godoy.
Justicia Ya!La Plata le presentó pedidos de indagatoria por alrededor 200 represores que actuaron en el Pozo de Banfield por los delitos cometidos contra más de 300 víctimas y que se describen en el Trabajo de Recopilación de Datos sobre ese campo realizado por la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos. “El Juez Corazza ordenó solo la detención de siete genocidas, de los cuales cinco ya tenían prisión preventiva domiciliaria en otras causas por delitos de lesa humanidad, por lo que sólo se ordenaron dos detenciones nuevas, sin imputar ni homicidios ni los casos de nacimientos en cautiverio, excluyendo además un gran número de víctimas”, explicaron en un comunicado.

“En el caso del Pozo de Quilmes, Justicia Ya ha presentado un listado de víctimas exhaustivo desde el inicio mismo de la causa. Y el caso es aún peor: a la fecha, solo se encuentran procesados, 5 imputados, uno solo con responsabilidad directa sobre el centro clandestino. A la fecha, no hay ningún condenado por los delitos cometidos en ambos centros clandestinos, dos de los más significativos del denominado Circuito Camps”, continúa la misiva.

Durante el escrache de esta mañana, Godoy indicó que pareciera haber un “criterio de selectividad por parte del juzgado respecto a qué represores juzgar y a cuáles no. Daría la impresión de que ya no existe la obediencia debida como un eximente de responsabilidad, los jueces de La Plata lo están aplicando”.

Además, manifestó: “Están juzgando sólo la cadena de mando de la provincia de Buenos Aires, y aquellos que participaron directamente de las detenciones directas, de las torturas, el robo de niños, medios y bajos cargos, sólo pueden ser juzgados si son identificados. Pero, paradójicamente, en el pozo de Quilmes varios identificaron a sus represores y sin embargo tampoco fueron procesados. Si la causa del pozo de Banfield y el pozo de Quilmes se elevara a juicio hoy, sería sólo por tres represores que no han sido juzgados o condenados con anterioridad, porque el resto están siendo juzgados en circuito Camps”.

Un caso similar de dilación se denunció el año pasado en el juzgado nº1 a cargo de Manuel Blanco, en el que “hasta ahora sólo ha habido dos elevaciones: la causa de la Unidad 9 y ahora estamos esperando la elevación de uno de los tramos de la causa La Cacha, sin embargo el resto de los centros clandestinos de detención, 1 y 60, Olmos y comisaría Octava, hasta el momento no ha tenido movimiento”. Sobre el juzgado de Blanco, los organismos de Derechos Humanos habían hecho un pedido de juicio político en la Magistratura, porque la dilación incluía a la causa López. La respuesta de ese pedido llegó hace dos días, y la respuesta fue el rechazo.

El pedido concreto que se hizo hoy a la Cámara de Apelaciones es que se obligue al juez Corazza a actuar con mayor celeridad en el juzgamiento y procesamiento de todos los represores identificados. Además, reclaman por la falta de recepción de la labor del Equipo de Antropología Forense, “que ha identificado a más de 50 víctimas del circuito Camps y sin embargo no hay nadie procesado por el delito de homicidio calificado que es el que corresponde en ese caso”, señaló Godoy.

“Las excusas primero fueron por un desborde, en causas tan complejas. Luego, con la inclusión de nuevas secretarias, las estrategias fueron a dividir a los querellantes, como es plantear que la paralización de una causa se debe a que hay otra en marcha”, añadió. Cintia Kemelmajer

@cinkemel

jueves, 22 de marzo de 2012

“Desde el secuestro, no quedó una sola forma en que Sabino no haya sido violentado”

Pasó por dos centros clandestinos, le cambiaron el nombre y le sacaron dos años de edad, recordó ayer su tía en la audiencia realizada en La Plata.

Tras dar su testimonio ante los jueces del TOF 1 de La Plata, Sabino volvió a señalar ayer que el mejor camino es la verdad, aunque sea dolorosa. Horas antes, su tía Luisa Abdala había relatado cómo el 16 de marzo de 1977, en horas del mediodía, hombres vestidos de civil, policías y otros uniformados, lo secuestraron junto a su padres, Susana Falabella y José Abdala, ambos militantes de la organización Montoneros. Era mediodía y los vecinos contaron que con ellos también se llevaron a María Eugenia Gatica Caracoche, la hija de casi un año de Ana María Caracoche y Juan Oscar Gatica.
“A José entre varios lo metieron en el baúl de un auto. A Susana la encapucharon y la sentaron en el asiento de un segundo auto –recordó Luisa que le contaron los vecinos–. Llevaba a José Sabino de la mano y a María Eugenia en brazos porque tenía 14 meses; los dos no paraban de llorar.”
Los llevaron al centro clandestino que funcionaba en la Comisaría 5ª de La Plata. En 1992, Sabino fue localizado en poder de un matrimonio que lo inscribió como hijo propio, tras haber permanecido alejado de su familia desde la fecha del secuestro. En 1998 la justicia le restituyó su verdadera identidad. Sus padres continúan desparecidos.
“En el año 1993 me hice el examen de ADN, pero después me quedé como cinco años con mi familia apropiadora. El proceso de recuperar mi identidad fue más largo y doloroso que un pinchazo para sacar un poco de sangre (…) Me tuve que adaptar a una situación que es imposible de describir porque hay sentimientos, hay historia, hay presiones”, recordó Sabino.
Tras permanecer en la comisaría, Sabino habría sido llevado a la Brigada Femenina; una oficial de policía de apellido Silva le relató a su tía que lo dejaron allí durante varios días, “que no quería comer, y que se quedaba dormido cansado de tanto llorar”, hasta que se lo llevaron. El médico Vladimiro Wostowicz y su mujer, Teresa Mastronicola, lo inscribieron como hijo propio mediante una partida apócrifa en la cual figuraba como la fecha de su nacimiento el día 3 de agosto de 1976. El médico que constató el supuesto parto fue el propio Wostowicz, dándole el nombre de Federico Gabriel Wostowicz.
“Desde el día del secuestro no quedó una sola forma en que Sabino no hubiera sido violentado –recordó su tía–. Pasó por dos centros clandestinos, le cambiaron todo el nombre, cuando se lo llevaron él decía ‘Sabi Adala’ y pedía por su papá y por su mamá, le sacaron dos años de edad porque nació en el año 1974, y por los elementos de la investigación sabíamos que no se iba a llevar la sorpresa de que no era hijo biológico de ellos porque había sido criado en una familia donde todos eran rubios y él era morocho.”

LA COMISARÍA 5ª. Miguel Ángel Laborde, quien fuera pareja de la ex detenida Adriana Calvo, fue secuestrado el 4 de febrero en la localidad de Tolosa, y cuando los niños Sabino Abdala y María Eugenia Gatica Caracoche fueron llevados a la comisaría, él se encontraba allí. Recuerda el llanto desesperado de los chicos y que muchos de los que compartían con él una celda de cuatro por cinco metros, en la que se apilaban más de 30 hombres detenidos clandestinamente, pensaron que podía tratarse de sus propios hijos.
Más tarde supo que se trataba del hijo de José Abdala, quien permanecía en una celda más chica, donde se encontraban los militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). “A ellos sí los torturaban en la comisaría”, aclaró Laborde. Por otra parte, reseñó que en el centro clandestino que funcionaba en Arana “a la noche, los interrogatorios eran permanentes con picana hasta que conseguían un nombre; entonces salían en los coches y cuando regresaban se volvía a repetir el procedimiento”.
Por: Milva Benítez

miércoles, 21 de marzo de 2012

Dos hijos de desaparecidos recordaron el secuestro de sus padres

María Magdalena Perdighé y Manuel Leandro Ibáñez contaron lo que pudieron saber de la desaparición de sus padres. Incorporaron un testimonio por video para evitar revictimización. El sobreviviente Mario Feliz recordó su detención. Pidieron incorporar una nueva causa al debate.

María Magdalena Perdighé declaró en el juicio por el Circuito Camps por la desaparición de sus padres

Al dar su testimonio dos hijos de desaparecidos destacaron las dificultades en la reconstrucción de su identidad, sesgada por la dictadura militar. María Magdalena Perdighé, primero, recordó en una nueva audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos del Circuito Camps que se realiza en La Plata, lo que pudo reconstruir del secuestro y desaparición de sus padres, Victorio Graciano Perdighé y Graciela Beatriz Sargués, y su tía Ana María Rita Perdighé. También Manuel Leandro Ibáñez reconstruyó la historia de su papá Roberto Aníbal y su mamá Silvia Albores. En la misma audiencia declaró el sobreviviente Mario Feliz quien recordó su detención y cautiverio en 1977. Además, para evitar la revictimización se incorporó un testimonio por video y la fiscalía pidió adjuntar una nueva causa al debate. El imputado Miguel Etchecolatz declaró en otra causa.

“Yo era muy chiquita cuando escuché por primera vez el comunicado de Videla. No entendía. ¿Cómo era eso de que no están, que son una entidad? ¿Qué era yo? ¿Hija de un fantasma?”, se preguntó ante los jueces María Magdalena Perdighé.

La mujer, oriunda de Necochea, declaró en primer termino en el juicio que se realiza en el ex teatro de la Amia, de 4 entre 51 y 53, donde el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 juzga a 22 policías, tres militares y un civil, por delitos de lesa humanidad cometidos contra 281 víctimas en seis centros clandestinos de detención que funcionaron en dictadura bajo el mando de la Bonaerense.

Relató que a su tía, de 24 años, fue secuestrada en septiembre de 1976, su padre, de 25, en diciembre del mismo año y su madre, de 26, en enero de 1977. Por los testimonios de sobrevivientes supo que su mamá estuvo detenida en Arana, Comisaría Quinta y la Brigada de Banfield. Todos fueron capturados en La Plata.

“Mi mamá se acababa de recibir de asistente social. Mi papá estudiaba abogacía”, recordó. Y explicó que gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudo identificar y recuperar los restos de su mamá que habían sido sepultados como NN en una fosa común del cementerio de Avellaneda.

“Lo más importante que uno tiene es la identidad“, dijo. Y al finalizar su declaración pidió Justicia.

Luego fue el turno de Manuel Leandro Ibáñez quien recordó que el 25 de enero de 1977 a las 9.30 su papá Roberto Aníbal Ibáñez, estudiante de medicina de 24 años y militante de la Juventud Universitaria Peronista, fue detenido cuando circulaba por el centro de La Plata en su moto, una Gilera color naranja.

Ibáñez recordó que su padre fue llevado detenido a su casa, ubicada en calle 10 Nº1317, donde no había nadie: él, que tenía apenas tres meses, estaba con sus abuelos maternos en el barrio porteño de Parque Chas. Su mamá, Silvia Albores, de 22 años, estaba esperando a su padre en la casa de una amiga porque habían decidido mudarse.

También contó que supo que su padre fue visto en la Brigada y en Arana y relató que el testigo Miguel Laborde le dijo que lo había visto en la comisaría Quinta.

El testigo explicó que en 2005 el EAAF identificó sus restos en una fosa común en Lomas de Zamora junto con otros seis cuerpos. Lo habían fusilado en un enfrentamiento fraguado el 17 de febrero de 1977.

“Encontrar sus restos fue como recuperar la identidad”, reflexionó.

“Cuando la vinieron a detener a mi mamá estaba por darme una mamadera”, contó Manuel. El operativo fue a los pocos días de la desaparición de su padre en la casa de sus abuelos de Buenos Aires.

“De ella no hemos encontrado ningún testimonio que nos diga que haya estado en algún lado”, remarcó.

Revictimización. El último testimonio de la audiencia fue incorporado por proyección de video para evitar la revictimización del testigo. Se trata del relato que el sobreviviente Julio Mayor dio en el juicio a Miguel Osvaldo Etchecolatz, en 2006, donde recordó que junto con su esposa fue detenido ilegalmente en diciembre de 1976 y permanecieron detenidos en los centros clandestinos de detención de Arana y Comisaría Quinta, donde compartieron cautiverio con Jorge Julio López.

La incorporación por video fue aceptada luego de que el Comité para la Defensa de la Salud, la Ética y los Derechos Humanos (CODESEDH) y el Centro de Protección de la Víctima (CPV) provincial, presentaran un pedido al tribunal solicitando la medida para el testigo y su esposa, quienes “pidieron ser eximidos de presentarnos a declarar debido a que ello les conlleva un estado de angustia”, señalaron en la solicitud que fue leída el lunes en la sala.

La fiscalía había adherido al reclamo y recordó el primer punto de la acordada de la Corte Suprema que “recomienda incorporar testimonios por lectura para evitar la revictimización”.

El video fue proyectado al final de la audiencia. En ese testimonio realizado hace seis años, Mayor comienza señalando que declaró en la causa 13 que juzgó a los comandantes y en la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep), y pidió ratificar sus dichos en esas oportunidades y no volver declarar.

El lunes será proyectado el testimonio de su esposa Hebelia Sans.

Circuito. En la misma audiencia declaró el sobreviviente Mario Feliz, quien relató su paso por los centros clandestinos de detención que funcionaron en dictadura en la Brigada de Investigaciones de La Plata, el destacamento de Arana y la comisaría Quinta.

Ante los jueces del TOC1 Carlos Rozanski, Roberto Falcone y Mario Portela, el testigo recordó que fue secuestrado el 4 de febrero de 1977 por un grupo de personas armadas y vestidas de civil.
Recordó que lo subieron en un auto, lo taparon con una manta y lo bajaron con los ojos vendado poco después “en un lugar de La Plata”, donde lo sentaron en un banco junto a Adriana Calvo, de quien era amiga.

El hombre recordó que esa misma noche fue llevado a Arana, donde lo dejaron en un espacio grande junto a otra gente. “Estuvimos sentados y vino un hombre que dijo que era cura o padre. Nos habló un rato y nos dijo que nos quedemos tranquilo y me sacó el anillo de casado. Eso fue lo único que perdí”, contó.

Feliz contó que fue interrogado y que se escuchaban gritos de la tortura todas las noches. “Me acuerdo del interrogatorio a una mujer que gritaba ‘Marito, Marito’. Yo soy ‘Marito’, así que me alteré mucho porque pensé que era mi mujer”, contó. Y explicó: “Después, en la comisaría Quinta me enteré que era la esposa de Mario Mercader, que estaba detenido con nosotros”.

El testigo contó que luego fue trasladado con su amigo Miguel Laborde –el esposo de Calvo- a la comisaría Quinta y recordó que aunque a ellos no los torturaban allí, había un grupo integrado por Jorge Bonaffini y otras personas a quienes les aplicaban tormentos.

También recordó que un día llevaron a dos niños a la comisaría. “Después supe que, al menos uno de ellos, era hijo de una chica (Susana) Falabella”, contó.

Feliz fue liberado el 27 de abril junto a de Francesco y Laborde. Y contó que perdió su trabajo en la Facultad de Ciencias Exactas por abandono del cargo, porque el decano le exigía una constancia de su detención. Sólo pudo continuar con su tesis doctoral y recuperó su cargo por concurso cinco años más tarde.
Por Pablo Roesler - pabloroesler@gmail.com 

Etchecolatz fue retirado del juicio por el Circuito Camps para declarar en otra causa

El represor fue indagado por el juez Arnaldo Corazza en otro expediente que investiga delitos de lesa humanidad. El Servicio Penitenciario lo retiró del tribunal sin esposas.

Etchecolatz es retirado del juicio por el Circuito Camps para ser indagado en otra causa
La audiencia del juicio por el Circuito Camps comenzó con más de una hora de demora ocasionado por inconvenientes en el traslado de los detenidos, según informó el TOC1, y a pesar de que el imputado Miguel Osvaldo Etchecolatz llegó en sillas de rueda a la sala de audiencias, dos horas más tarde salió caminando y sin esposar, para ser llevado a declarar en el marco de otra causa.

Fuentes judiciales informaron que el represor fue citado por el juez de la secretaría especial Nº3 Arnaldo Corazza para indagarlo en los tribunales de 8 y 50 en el marco de la causa 83, que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Investigaciones de la Policía Bonaerense de San Justo.

El reo fue retirado a las 13.30 del edificio del TOC 1, que funciona en la ex Amia de 4, entre 51 y 53, por el Servicio Penitenciario Federal en una camioneta de la fuerza hasta la que llegó, según muestran las fotos, sin esposas a pesar de estar en la vía pública.

Piden adjuntar una nueva causa al juicio

La fiscalía pidió incorporar al debate una causa por víctimas del centro clandestino de detención de la dictadura “Puesto Vasco” elevada recientemente a juicio. Por hechos similares en el mismo campo en el proceso están siendo juzgados tres policías.

La fiscalía pidió incorporar al juicio oral por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Circuito Camps una nueva causa que involucra a tres de los 22 policías imputados por delitos cometidos en el centro clandestino de detención Puesto Vasco. Las víctimas de la nueva causa ya son testigos en este proceso.

El pedido fue realizado al Tribunal Oral en lo Criminal Nº1 de La Plata por el ministerio público integrado por Hernán Schapiro y Gerardo Fernández , respecto de una causa recientemente elevada a juicio que tiene por imputados a Norberto Cozzani, Roberto Antonio Cabrera y Sergio Arturo Verduri.

El nuevo expediente investiga delitos cometidos durante la dictadura en el centro clandestino de detención Puesto Vasco que funcionó en el destacamento de Don Bosco, en Quilmes, cuyas víctimas se encuentran como testigos en el juicio que se realiza desde septiembre pasado.
En su escrito los fiscales argumentaron que el pedido se funda en la necesidad de evitar la revictimización por la reiteración de testimonios y en la acordada de la Corte Suprema para acelerar los procesos judiciales.

Fuentes de la querella explicaron que la petición fue realizada antes de que en el debate comenzaran a ventilarse los delitos cometidos en ese campo.

El pedido fue leído hoy en el debate que se realiza en el ex teatro de la Amia, donde los jueces del TOC1 Carlos Rozanski, Roberto Falcone y Mario Portela, juzgan a 22 policías, tres militares y un civil, por delitos de lesa humanidad cometidos contra 281 víctimas en seis centros clandestinos de detención que funcionaron bajo el mando de la policía Bonaerense.

En esa primera vista del requerimiento parte de la defensa aceptó la incorporación del nuevo expediente. El tribunal dio tres días de plazo a las partes para que se expidan.

Por Pablo Roesler - pabloroesler@gmail.com

miércoles, 14 de marzo de 2012

"La mayoría de las mujeres eran abusadas"

Los testimonios de los sobrevivientes Alicia Minni y Pablo Díaz, secuestrado en la Noche de los Lápices, introdujo en el debate los abusos sexuales como parte de la tortura. El hombre también indicó a dos imputados como sus captores.

“¿Usted sabe si las mujeres eran abusadas?”, preguntó el presidente del Tribunal. “Si. La mayoría fueron abusadas”, respondió Alicia Trinidad Minni, una ex militante de la Juventud Peronista secuestrada y torturada durante la dictadura en el Destacamento de Arana y la comisaría Quinta. Su testimonio en el juicio por el Circuito Camps introdujo en el debate las violaciones y los abusos sexuales como una de las formas de tortura a las que eran sometidas las prisioneras políticas durante la dictadura, delitos que la Cámara de Casación Penal consideró recientemente como de lesa humanidad e imprescriptibles. En el mismo sentido aportó el sobreviviente de la Noche de los Lápices Pablo Díaz, quien recordó a sus compañeras vejadas en cautiverio. En la misma audiencia el hombre señaló a dos imputados como sus captores y recordó a sus compañeros estudiantes secundarios desaparecidos.

Minni y Díaz resaltaron en sus relatos los abusos sexuales durante el cautiverio, delitos que un reciente fallo de la Cámara de Casación Penal los situó como parte del “plan sistemático de represión estatal”, y los caracterizó como delitos de lesa humanidad e imprescriptibles.

La mujer fue la última en declarar. Recordó que fue detenida en su casa el 20 de diciembre de 1976 y que fue llevada directamente al centro de tortura que funcionaba en el destacamento de Arana. Luego fue llevada a la comisaría Quinta y por último, a la Brigada de Investigaciones de La Plata, de donde fue liberada en marzo del año siguiente.

En todo ese recorrido compartió cautiverio con muchas mujeres y destacó los abusos sexuales como parte de la tortura: “En Arana aparte de la tortura con picana, me manosearon muchísimo. Me pasaron por una especie de túnel en el que me pegaban y me toqueteaban. Te humillaban hasta las últimas consecuencias”, recordó.

También contó los abusos de un represor de la Brigada, al que identificó como Carlos: “Lo que él hacía era toquetear los pechos de las compañeras, manosearlas de una forma inmunda”.

También aseguró que las violaciones se traducían en tortura psicológica: “Era común el hecho de las violaciones. Era común y traía confusión, porque al tener tanta picana, la mayoría de nosotras no tenía menstruación. Entonces muchas de las compañeras creían que estaban embarazadas a causas de estas violaciones”, recordó.

Entre las víctimas con las que compartió cautiverio, recordó a Mónica Santucho, con quien compartió cautiverio en la Comisaría Quinta. “Mónica fue violada a los 14 años y torturada. Era una nena. Pero no tenía la cobardía de quienes la habían violado y torturado”, dijo.

Por su parte, Pablo Días contó que después de ser detenido el 21 de septiembre de 1976 en su casa de 10 entre 40 y 41, fue llevado al destacamento de Arana, donde fue brutalmente torturado. Fue secuestrado en el marco de la Noche de los Lápices, pero recién pudo reencontrarse con sus compañeros secundarios en el pozo de Banfield, donde se enteró de los abusos a los que fueron sometidas sus compañeras.

De ese segundo centro clandestino de detención fue sacado el 28 de diciembre y fue legalizado, gracias a las gestiones realizadas por su padre y su familia. Pero antes de irse, pidió hablar con María Claudia Falcone, quien estaba en una celda contigua.

“Cuando me llevan a verla a Claudia ella me dice que no podía ser mujer porque la habían violado en Arana. 16 años. Que ya no podíamos estar juntos”, recordó Díaz.

Y continuó: “Esto no me extrañaba a mi porque cuando nos sacaban a bañarnos, María Clara Ciocchini gritaba desde su celda: ‘no me toquen más’, y se golpeaba la cabeza contra la pared. Decía que se quería suicidar”.

Imputados señalados. Durante su extensa declaración, Díaz elaboró un extenso listado de las personas que logró identificar a las que calificó como responsables directos o indirectos de su secuestro, torturas y cautiverio. Entre ellos señaló a dos imputados en el juicio: los ex policías Roberto Omar Grillo y Eros Amilcar Tarella.

“Roberto Grillo. Él entró a mi casa y él se robó las cosas de mi madre”, casi gritó Díaz cuando llegó al nombre del imputado mientra leía el listado con los represores. También aseguró que el policía integraba la patota del comisario Luis Vides.

En su relato, también señaló a Tarella. Según explicó, con el tiempo supo que al policía le decían “Gilner” o “el loco”, y recordó que uno de los torturadores de Arana le había advertido: “Ahora va a venir el loco, ahora va a venir Gilner y vas a ver la paliza que te van a dar”.

Los testigos hablaron ante los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº1 que juzga a 25 represores por crímenes de lesa humanidad cometidos contra 281 víctimas en seis centros clandestinos de detención de la Policía Bonaerense en dictadura, que se realiza en el ex teatro de la Amia, ubicado en 4 entre 51 y 53.

Por Pablo Roesler - pabloroesler@gmail.com

lunes, 12 de marzo de 2012

“Mi abuela se murió esperando”

El testimonio de Alejandra Santucho en el juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps

La hija de Rubén Santucho y Catalina Ginder relató cómo fue en 1976 el secuestro de sus padres, aún desaparecidos, y de su hermana Mónica, cuyos restos fueron identificados hace tres años. “El cuerpo está fusilado”, dijo Alejandra.

 Por Alejandra Dandan

Después de declarar, Alejandra Santucho se cruzó con uno de los jueces en la parte de atrás de la sala. Mientras daba su testimonio había sacado de su cartera una foto de su hermana. Quería que los jueces miraran la cara de Mónica, que le pusieran una imagen al nombre de esa víctima del terrorismo de Estado. Al final, antes de irse, intentó decir algo sobre lo importantes que eran los juicios, pero aclaró que la Justicia demoró 35 años en llegar, que en su lugar, allí ante el tribunal, debía haber estado su abuela, pero que ahora ya estaba muerta, como se mueren también muchos genocidas antes de ser acusados. Alejandra entonces dejó la sala, y fuera de escena, en un pasillo del teatro donde se hace el juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps, el juez la detuvo: “Le pido perdón –le dijo– en nombre de la Justicia”.

“En el momento no le entendí, pero después entendí que me lo decía por los 35 años que habían tardado”, dice ella. “Yo no me acuerdo de todo y vos ves que en los juicios faltan los viejos que fueron los que se movieron en ese momento y ahora se murieron. Y hoy los que cuentan todo somos los descendientes, pero en nombre de algo que es una cosa irrecuperable. Por supuesto, eso no quita que el juicio es reparador, a mí me cerró parte de mi historia.”

Santucho declaró en La Plata por el secuestro de su hermana Mónica, a los 14 años. Alejandra presenció el operativo en diciembre de 1976, cuando sólo tenía 10 años. Vio, además, el bombardeo a la casa de sus padres. Rubén Santucho y Catalina Ginder militaron en la Jotapé a comienzos de los ’70, y para el ’76 estaban en Montoneros, escapados de Bahía Blanca e instalados en La Plata. Quienes siguen la historia de la devastación de Montoneros en la capital provincial en esos primeros meses de la represión atan la caída de los Santucho en la línea que comenzó poco antes del bombardeo a la imprenta de la casa de la calle 30, en noviembre de 1976, donde cayeron el hijo, la nuera y la nieta de Chicha Mariani. En una misma línea histórica, también asociada al mismo grado de violencia.

“Todo lo que relato del secuestro de Mónica es porque yo estaba ahí”, dice Alejandra. “Siempre digo lo mismo porque es difícil que pueda cambiarlo: es tal cual como me lo acuerdo todavía.”
Como una guerra

“Para diciembre (del ‘76), todos los días escuchábamos de compañeros de Bahía Blanca que habían caído, que faltaban, que los habían agarrado. Pese a mi edad, yo estaba muy metida en el medio: sabía quiénes venían y el último mes, lo recuerdo muy caótico, de cortarse los contactos; que dijeran ‘cayó fulano’, que no encuentran a aquel. Veía a mi vieja llorar por compañeros entrañables. Incluso creo recordar que nos traían hasta para comer porque ¿dónde iba a conseguir trabajo mi viejo? Ese último tiempo en la casa no había grandes movimientos, todo estaba muy poco operativo, como una hecatombe, aislados: me acuerdo que era algo así como estar sentados esperando que ellos vinieran.”

El 3 de diciembre a la hora de la siesta hacía calor. “Yo nunca quería dormir la siesta y me iba a jugar. En casa, mi papá seguro que estaba durmiendo y yo estaba con una amiga, sentada en la vereda de tierra de la casa de enfrente. De golpe, pero muy de golpe, tipo película, escucho que empiezan a gritar: ¡efectivos, efectivos! Y ruidos, helicóptero, y nos gritan: ‘¡métanse adentro!’. Y veo a la madre de mi vecina que nos agarra del brazo y nos mete adentro.”

“No sé si en ese momento, pero mi mamá dice: ‘¡No tiren! ¡No tiren que hay chicos!’ Yo sé que mi mamá grita, que no tiren, que hay chicos, no sé si fue ahí o después. Y después, veo que dan una orden y salen mis hermanos. Mónica con Juan Manuel de la mano, y llevan en brazos al bebé de la pareja que vivía con nosotros, que en ese momento no estaba. Salen los tres de la casa. A Mónica le sacan a los dos chicos y a ella la secuestran. Mi papá y mi mamá quedan adentro. Cierran todo y ahí comienza la balacera impresionante”.

Sólo años después supo que todo duró una media hora, porque en ese momento le pareció algo eterno, eso que vuelve a decir que era impresionante o que parecía una guerra.

“Cuando termina todo, salgo a la vereda, veo el despliegue de camiones, que sacaban cosas de adentro de mi casa, subían cosas envueltas con unas cobijas. Y yo distingo las cobijas que eran de mi casa y más tarde hago la relación: esos podían ser los cuerpos de mis padres”.

–¿Te acercaste?

–Imposible –dice–. Ellos a mí no me habían registrado. Después, los vecinos nos dejan a Juan y a mí en una casa de la esquina. Creo que a los vecinos no les debía gustar nada la idea, me miraban con una cara de lástima tremenda, pero temblaban y tenían un miedo bárbaro. Al bebé lo viene a buscar de repente el abuelo, que era un comisario. No bien paró el tiroteo, salgo de la casa de mi amiga, veo el auto y veo que le dan el bebé a su abuelo y se lo lleva.

A la noche, ese mismo viernes, golpearon la puerta de la casa en la que estaban. Eran del Ejército. “Yo escuchaba que la mujer les decía: ‘Uy’, y miraba a Juan y decía que era muy chiquito. Y en una de esas la escucho preguntar bien fuerte: ‘¿Y la hermanita, señor?’ ‘Quédese tranquila –le dijo el hombre–: la hermanita está bien, la llevamos para interrogar’. Yo paré la oreja y todavía escucho esa frase que tengo grabada”.

El sábado mandaron a una supuesta asistente social. Les dijo a los vecinos que quería hablar a solas con Alejandra. Salieron al patio, puso dos sillas y comenzó un interrogatorio. Alejandra está convencida de que esa mujer la miró con cara de odio.

“Como mi familia estaba perseguida, yo decía que me llamaba de otra manera, que éramos de Olavarría y eran mentiras en la mente de una niña de diez años que no podía captar que seguramente, en ese momento –dice–, pobrecita mi hermana ya habría dicho quiénes éramos y de dónde veníamos, creo que por eso esa mujer me miraba así, porque debía saberlo.”

Antes de irse, la mujer le dijo que se quedaran tranquilos porque el lunes iban a ir a buscarlos para llevarlos con su madre. A Alejandra, que ya había entendido que esas cosas envueltas en frazadas que sacaron de su casa podían ser los cuerpos de sus padres, aquello le hizo “ruido”. No le creyó.
En carro de basura

Ni ella ni su hermano podían salir de la casa. Los vecinos habían recibido una orden del Ejército. Pero ese sábado, poco después, apareció uno de los heladeros del barrio en el alambrado. Era un muchacho de 18 o 19 años, compañero de sus padres y Alejandra no sabía si de verdad era heladero o andaba disfrazado.

“Me acuerdo que esa tarde él se acercó y me preguntó si había vigilancia en la casa. Le dije que no y le dije que el lunes nos iban a venir a buscar. Así que el domingo a la noche volvió con dos muchachos”, cuenta. “Golpearon la puerta, dijeron que eran del Ejército y ¡pobrecitos los vecinos que se pegaron un susto tremendo! Yo los reconocí, así que me levanté al toque, me ayudaron a vestirme y nos fuimos camuflados en un carro de basura. Fuimos a parar a una villa, me acuerdo que cruzamos el arroyo Los Gatos. Y ahí estuve no sé si días o uno o dos meses, sólo sé que los compañeros me trataron maravillosamente.”

Alejandra no sabe aún cuál es la villa, ni volvió, tampoco volvió al antiguo barrio. “Todavía no son cosas fáciles de hacer. El bombardeo dejó la casa con el ladrillo a la vista, sin una gota de revoque, le volaron el frente directamente.”

Después de esos días o meses, ella y su hermano se fueron a la casa de unos tíos a Ezeiza y luego a Bahía Blanca, con su abuela, que siempre creyó que Mónica seguía con vida. Primero esperaban que cumpliera 18 años, convencidos de que podía estar en un instituto de menores, y entonces quedaría en libertad. Después esperaron el comienzo de la democracia. Cuando no llegó, siguieron esperando.

“Mi abuela se murió esperando, estaba segura de que un día iban a tocar el timbre de casa y me decía: ‘Vas a ver que van a venir los tres’. Es muy común en las abuelas esto de la negación, que no pueden creer que estén muertos y es parte de la perversidad de no tener los cuerpos: ellas no lo podían digerir así nomás.”

Se cree que a Mónica se la llevaron como una especie de trofeo, después de haber estallado la casa. Se sabe que pasó por los centros clandestinos de detención de Arana y la Comisaría V. Los sobrevivientes contaron que tuvo un episodio de apendicitis y que cuando las detenidas llamaron a un médico la atendió un peluquero. Cuando Alejandra terminó su declaración, una sobreviviente se acercó a ella para darle el nombre del peluquero, le dijo además que aún está vivo y sigue en libertad.

Del centro clandestino se supone que a Mónica se la llevaron el 23 de enero de 1977, porque fueron a la celda y le dijeron: “Agarrá las cosas que te vas a ver a tu abuela”. El Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos en 2009. “Quiero destacar que el cuerpo está fusilado”, dijo Alejandra. “Los huesitos están quebrados, cuando el EAAF me lo dio, nosotros pedimos verlo: estaba entero, no faltaba nada, pero me llamó la atención que tenía los dos brazos y las costillas como encimados. Me dijeron que fueron aparentemente disparos a corta distancia: una ráfaga de disparos a muy corta distancia. Entonces entendí que después de ese relato de que se iba, a la piba parecen fusilarla, entonces ya está, me dije cuando lo supe, el círculo cierra, no tenés mucho más.”

En cambio, los padres, Rubén y Catalina, siguen desaparecidos. Juan tiene tres hijos. Alejandra, una hija y milita en HIJOS de Bahía Blanca. El heladero, al final era heladero de profesión, y le decían el “El Colo”: Alejandra se lo encontró por primera vez el lunes pasado, después del juicio. El le contó que aquel día del ataque a la casa, a la hora de la siesta, iba a llevar a Mónica a vender helados. Que Mónica dijo que sí, pero no fue porque tenía la bicicleta pinchada. En la puerta de la sala también escuchó a alguien que se le presentó y le dijo: “Yo soy aquel bebé”: el niño que su hermana Mónica sacó en brazos de la casa. Y conoció, aunque lo había visto a los diez años, a otro de los compañeros de sus padres que la rescató de aquella casa. Había también otro compañero, pero está desaparecido.

martes, 6 de marzo de 2012

Niños en el horror, embarazadas y un represor identificado

En una nueva audiencia por el Circuito Camps, tres testigos recordaron sus cautiverios y mencionaron cerca de medio centenar de personas con las que compartieron su encierro. También declararon tres familiares de desaparecidos.

“A la familia Santucho no la conocía, pero recuerdo que en la pared de mi calabozo de la comisaría Quinta había escrito: ‘Aquí hay que aguantar lo inaguantable’, y abajo decía: Mónica Santucho". Graciela Liliana Marcioni, sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en esa seccional de la Policía Bonaerense de La Plata, llevó a la audiencia el recuerdo de la chica de 14 años secuestrada, torturada y desaparecida durante la dictadura cuya hermana declaró ayer en el juicio. La mujer fue la última de los seis testigos que declararon en una nueva audiencia del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Circuito Camps, quienes recordaron el horror de ese y los centros de Arana y Brigada de Investigaciones. Un ex detenido desaparecido señaló a un imputado y recordó cerca de cincuenta víctimas con las que compartió cautiverio.

Marcioni recordó en la audiencia el mensaje que la chica de 14 años secuestrada en 138, entre 37 y 38, había dejado grabado en la pared de la comisaría Quinta, donde permaneció cautiva luego de ser secuestrada el 3 de diciembre de 1976 en un operativo de fuerzas conjuntas en el que sus padres fueron asesinados al resistirse a ser detenidos.

La mujer relató que fue detenida en enero de 1977 por una patota que, en realidad, estaba buscando a otra persona, y que permaneció secuestrada ocho días: un día en la Brigada de Investigaciones de La Plata, ubicada en 55 entre 13 y 14, cuatro días en el destacamento de Arana y otros tres días en la Comisaría Quinta, ubicada en diagonal 74 entre 23 y 24.

En ese último centro de detención dijo haber visto a Silvia Muñoz, quien estaba embarazada al ser secuestrada y cuya madre, la Abuela de Plaza de Mayo Carmen Ledda Barreiro de Muñoz, declaró ayer en el juicio.

También recordó haber visto en esa comisaría a Beatriz Inés Ortega, la madre de Leonardo Fossati Ortega, un joven apropiado que recuperó su identidad en 2005. La mujer, dijo, estaba detenida sola en una celda “y con un estado de embarazo muy avanzado”.

Leonardo Fossati nació en la mesa de la cocina de esa seccional, fue apropiado y sus padres, Rubén y Beatriz, permanecen desaparecidos.

Otro testigo de la audiencia de hoy, Martín Elvio Trincheri, recordó a los papás de Leonardo de quienes era íntimo amigo.

El Tío. “Acordate de mi que yo soy bueno”. Esas fueron las palabras que uno de sus captores le dijo al ex detenido Hugo Marini, a quien le quitó la venda y lo obligó a mirarlo a la cara cuando estaba detenido–desaparecido en la comisaría Quinta. Esas pocas palabras todavía resuenan en la memoria de la víctima que en la audiencia indicó quién se las había proferido: el ex policía Luis Patrault, a quien apodaban “el Tío” y es uno de los 21 efectivos de la bonaerense imputados, junto a tres militares y un civil, en el juicio.

Marini era un estudiante de Chacabuco que fue secuestrado en enero de 1977 y llevado a la brigada de Investigaciones de San Nicolás. Tras permanecer allí un tiempo fue trasladado al destacamento de Arana y luego a la Quinta.

En su declaración Marini recordó y mencionó a unas 50 personas con las que compartió cautiverio, entre ellas a las mujeres embarazadas Estela de La Cuadra, Beatriz Inés Ortega, Diana Beatriz Wlichky de Martínez y Adriana Calvo. Las tres primeras continúan desaparecidas y sólo fue recuperado el hijo de Ortega. Calvo fue la única liberada con su hija.

Pero además de esas mujeres, Marini dijo que en esa comisaría había “por lo menos otras dos mujeres embarazadas”. También recordó que escuchó el día que fueron llevados a la seccional los niños apropiados y recuperados en democracia Sabino Abdala y María Eugenia Gatica Caracoche.

El hombre contó sobre las condiciones de hacinamiento, la escasa alimentación y la picana. Sin embargo dijo que no lo habían torturado. La afirmación llamó la atención de los querellantes que preguntaron porqué decía eso.

Entonces recordó que había dos patotas en la comisaría Quinta: una que se ocupaba de ellos y otra que se encargaba de los detenidos del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). Y resaltó que comparado con lo que habían padecido Elena de la Cuadra y Jorge Bonaffini, ambos de ese partido, lo suyo no había sido nada.

Otros testigos. En la misma audiencia también declaró María Olga Bustamante, quien recordó que esposo y su cuñado –ambos ex policías y militantes peronistas-, fueron secuestrados de su casa de Gonnet en enero de 1977 y fueron vistos por ex detenidos desaparecidos en la comisaría Quinta.

Además, compareció la testigo Teresita Lucía Cassino, una mujer de Chacabuco que recordó que su hermano, que era presidente del Centro de Estudiantes Universitarios de esa localidad (CEUCH) y su cuñada fueron secuestrados el 3 de enero de 1977 en su casa de Tolosa cuando regresaron de su luna de miel y aún permanecen desaparecidos.

También declaro Daniel Zerillo, secuestrado en diciembre de 1976 y sobreviviente del destacamento de Arana.
Por Pablo Roesler
pabloroesler@gmail.com

Etchecolatz, el asesino, con un "incontenible" ataque de nervios

Por un ataque de nervios, el represor Miguel Etchecolatz generó un escándalo de gritos e insultos que obligó a los jueces a suspender la audiencia. No se quería dejar poner una inyección.

La audiencia del juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps tuvo que ser suspendida anoche durante unos minutos cuando declaraba el dirigente de la Juventud Universitaria Peronista, Manuel Pedreira, a causa de los de los gritos e insultos que el represor Miguel Etchecolatz profería en otra sala del tribunal.

“Soy comisario mayor, la puta que los parió”, se escuchó desde la sala de audiencia. El represor estaba en otra sala del Tribunal Oral en lo Criminal Nº1, ubicado en 4 entre 51 y 53 donde se realiza el debate, y les gritaba a los médicos que intentaban inyectarle medicación para la presión, relataron testigos del episodio. En la vereda esperaba una ambulancia.

El escándalo tuvo su génesis tras la declaración de la testigo Alejandra Santucho, una hija de desaparecidos que relató el asesinato de sus padres Rubén Santucho y Catalina Ginder –tenía 10 años y fue testigo del ataque a su casa- y del secuestro y desaparición de su hermana Mónica, de 14 años.

Al finalizar su relato, Santucho se dirigió a los jueces: “Ya perdimos muchas cosas: perdimos familiares, madres, abuelas, se mueren los genocidas. Por eso les pedimos que esto se acelere lo más rápido posible así hay justicia", reclamó.

Esas palabras provocaron al represor, que se paró e hizo que su abogado Máximo Liva interrumpiera a la mujer. El presidente del tribunal, Carlos Rozanski, recordó que los juicios son reparatorios para víctimas que hacen 35 años que esperan justicia y le recordó al ladero del general Ramón Camps que no podía salir de su lugar en el banquillo de los acusados durante la audiencia.

El reclamo de Etchecolatz provocó con el repudio del público que colmaba la sala, lo que redobló las quejas del represor. El tribunal suspendió la audiencia unos minutos.

Poco después comenzó a declarar el dirigente de la JUP. Juró decir verdad “por la memoria, la verdad y la justicia”, pero el represor ya no estaba en la sala.

Pedreira contaba el secuestro de su esposa, cuando el ruido de sillas golpeadas y una andanada de insultos que provenían de una sala ubicada debajo del escenario del ex teatro de la Amia donde funciona el tribunal, obligó a los jueces a suspender momentáneamente las palabras del testigo. 

Pablo Roesler
pabloroesler@gmail.com

lunes, 5 de marzo de 2012

“Los buscamos desde hace una vida”

La abuela Carmen Ledda Barreiro habló del secuestro de su familia y de su nieto que sigue desaparecido.

Carmen Ledda Barreiro estuvo secuestrada junto a su marido. Su hijo mayor y su familia estuvieron desaparecidos y luego en la cárcel. Su hija Silvia dio a luz en el Pozo de Banfield y sigue desaparecida. Carmen le pidió a Bergés que le diga dónde está su nieto.

 Por Alejandra Dandan

Cuando apenas se sentó en la silla, Carmen Ledda Barreiro buscó la forma de mirarlos. Los jueces le habían preguntado su nombre como parte del protocolo del comienzo de la declaración. Luego mencionaron a los represores, los acusados de la causa del Circuito Camps, que estaban sentados a sus espaldas. Le preguntaron si ella tenía algún pleito o deuda pendiente. En ese momento, Carmen interrogó a los jueces con un gesto y pocas palabras acerca de si podía mirar a los acusados. Le dijeron que sí. Carmen, entonces, giró la cabeza. Los observó y volvió a mirar hacia el frente. Nada más, como si buscase dejarles en claro que todo lo que iba a decir de allí en adelante iba a tener que ver con cada uno de ellos.

“¿Usted o su familia fueron víctimas de un secuestro?”, le preguntó uno de los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo. “Llegó un momento –dijo ella, despacio– en que mi hijo menor, que tenía nueve años, era el único que no estaba desaparecido.”

Carmen es una de las Abuelas de Plaza de Mayo, madre de Silvia Muñoz, secuestrada a los 20 años con un embarazo; de Alberto, el más grande, que estuvo preso durante seis años, y de Fabián, el más chico, del que ella acaba de saber recién ahora –porque antes no fue capaz de preguntárselo–, qué hizo durante los tres meses en los que ella misma y su marido estuvieron secuestrados. “Mi hijo más chico se queda solo... El otro día supe cuando él declaró en Mar del Plata qué había hecho. Me enteré de que dormía en las plazas porque tenía miedo de dormir en la casa de la abuela o de los tíos y de que lo encontraran. Nosotros fuimos llevados a La Cueva, en la Base Aérea de Mar del Plata, tres meses estuvimos ahí, pero cuando uno sabe que el tiempo es relativo se puede decir que estuvimos veinte años.”
LA PERSECUCION

El teatro donde se lleva adelante el juicio por el Circuito Camps estaba completo. Los jóvenes de La Cámpora y de la Universidad de La Plata habían logrado pasar los controles, pero para entrar los obligaron a taparse las inscripciones y ponerse las remeras al revés. Durante los primeros minutos, la expectativa estuvo puesta en una supuesta visita del dictador Rafael Videla. El ex ministro de Gobierno de la dictadura, el abogado Jaime Smart, acusado en el juicio, lo había convocado como testigo, una decisión que, a un día de la nueva publicación de su entrevista en Cambio 16, donde volvió a presentarse como “preso político”, iba a ser rechazada por fiscales y querellas. Finalmente no sucedió. El secretario del tribunal anunció que Smart decidió desistirlo.

Entonces, Carmen entró en la sala. Su testimonio lo pidió la querella de Abuelas de Plaza de Mayo especialmente por la historia de su hija Silvia, el embarazo y el nacimiento del varón en el centro clandestino del Pozo de Banfield, al que todavía sigue buscando.

“La persecución empezó en 1975, en Mar del Plata –dijo–, con los civiles que estaban en la CNU; el acecho de mi casa empezó en ese momento.” Las patotas habían rondado varias noches, pero no usaron la fuerza hasta una madrugada. En la casa no estaban ni Silvia ni Alberto con su mujer. “Como no les dijimos dónde estaban, torturaron a mi hijo menor que tenía nueve años. El sabía dónde estaban sus hermanos, pero no dijo nada, ninguno de los tres dijimos nada.”

Silvia se instaló en La Plata y Alberto en Mendoza con su mujer y su hija. “Fue una pesadilla”, dijo Carmen. “Después de tres meses encontramos a un canillita que voceaba y hablaba de ‘una banda’ y resulta que en la portada del diario Los Andes estaba la foto de mi hijo, de mi nuera y de otras personas visiblemente torturadas. Con el diario en la mano, me fui al Comando. Me echaron. Después me metí en la comisaría, y les mentí, les dije que me mandaban del Comando porque mi hijo estaba ahí”. Ante su sorpresa, el jefe de la comisaría le creyó. “¡Traigan al recluso Muñoz!”, ordenó. “Y de esa manera encontré a mi hijo, que pasó después siete años en la cárcel”.
LA CAIDA

Silvia tenía 20 años, trabajaba en un estudio contable en La Plata, estudiaba psicología y militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Se acercaba la Navidad de 1976: “Habíamos planeado quedarnos en una pensión intrascendente de La Boca para pasar unos días juntos. Habíamos inventado un sistema de correo, mandábamos comidas, poemas, mezclábamos lo material con lo espiritual y ahí decíamos cómo íbamos a pasar la Nochebuena”. Esa noche nunca llegó. El 22 de diciembre de 1976 secuestraron a Silvia. Ellos lo supieron rápidamente porque tenían una cita a la que no se presentó.

Con ellos estaba Gastón. Al anochecer se fueron a pensar cómo seguir a la República de los Niños. Carmen se acuerda de que en la estación de trenes de miniatura Gastón les dijo que la sorpresa era que iban a tener un hijo. Pese a las prevenciones y advertencias, él se quedó en La Plata y hoy permanece “doblemente” desaparecido, dijo Carmen. Nunca nadie dio cuenta de haberlo visto. De Silvia, en cambio, supieron que estuvo en Arana, La Cacha y el Pozo de Banfield. Adriana Calvo fue una de las sobrevivientes que le habló del parto y la llenó de los relatos de su hija en el campo de detención. Silvia murmuraba las canciones que Gastón le había enseñado por las tuberías del centro clandestino.

Carmen tardó dos años en volver a Mar del Plata. El 16 de enero de 1978, seis días después del regreso, la secuestraron a ella y a su marido. Cuando los liberaron tres meses más tarde volvieron a quedar detenidos por unas horas en una comisaría. Burlaron los interrogatorios y lograron alcanzar la esquina de la casa de su hermano. Ahí vieron a un patrullero detenido en la puerta: “¡Vieron que les dije que iban a volver!”, se jactó uno de los policías, abrió la puerta del patrullero y se fue.

Cuando la declaración había terminado, Carmen pidió lugar para unas palabras. Quizá entre las figuras que había estado buscando a sus espaldas había intentado adivinar dónde estaba el médico represor Jorge Bergés: “En mi calidad de abuela que busca a su nieto, digo que ahora son hombres y mujeres que a su vez tienen hijos. No hay una generación que no sabe quién es sino que hay dos. Les voy a pedir a estos señores que están atrás mío como Bergés... El sabe dónde está mi nieto. Una vez hasta pensé en sacar turno en el consultorio para saber, porque él sabe. Antes de morir, total alguna vez nos vamos a morir todos, déjennos una carta y digan dónde están, para que por lo menos ellos sepan quiénes son y que los estamos buscando desde hace una vida y que no fueron abandonados, que los amamos y los estamos esperando. Es un llamado con toda la nobleza de que soy capaz en este estado ante mis enemigos porque ellos saben”.

La presión de Etchecolatz

El comisario Miguel Etchecolatz dejó la silla en cierto momento del día, para ir una y otra vez a donde estaban sus defensores. No fue la primera vez que lo hizo. El Tribunal ya le había advertido en otras audiencias, a pedido de las querellas, que no genere esas situaciones en la sala. Ayer, empezó a pararse después de la declaración de Alejandra Santucho y cuando estaba por empezar Manuel Pedreira, ex referente de la JUP de La Plata. El Tribunal convocó a un cuarto intermedio. La audiencia recomenzó, pero Pedreira sólo llegó a la mitad del relato: la sala escuchó ruido de caída de cosas y al represor diciendo: “¡Soy el comisario mayor, hijos de remil putas!”. Así, Pedreira entró en una nueva pausa, después de todo el día de espera y en los momentos más difíciles del relato. Los médicos después explicaron que, con problemas de presión, el represor no quiso un inyectable.